Vecinos de Vicente Lopez



Carlos Di Sarli




Carlos di Sarli nació en Bahía Blanca, el 7 de enero de 1903 su verdadero nombre era Cayetano Di Sarli, su padre fue Miguel di Sarli, italiano, que tuvo tres hijos, Ana, María y Antonio, de un primer matrimonio. Cuando enviuda emigra primero a Uruguay y luego a Argentina. Se casó con Serafina Russomano, que era hermana del tenor Tito Russomano, con la cual tuvo otros seis hijos: José, Miguel, Nicolás, Domingo, Cayetano y Roque, estos dos últimos nacidos en la ciudad de Bahía Blanca donde se había instalado la familia.
Su padre tenía una armería en la calle San Martín 44 y todos vivían en una casa de la calle Buenos Aires (hoy Yrigoyen). Cayetano que con el tiempo cambiaría su nombre por el de Carlos, concurre a estudiar al Colegio Don Bosco. La música estaba presente en la familia: su hermano Domingo era profesor en el conservatorio Williams, de Bahía Blanca, Nicolás llegó a ser un renombrado barítono y Roque, el menor, fue pianista al igual que Carlos.

En el conservatorio donde enseñaba su hermano, Carlos Di Sarli estudia música y se familiariza con los clásicos. Le gustaba tocar el piano y tuvo desde chico el propósito de viajar a Buenos Aires. Los tangos los escuchaba en el fonógrafo a bocina y en cafés de la ciudad, en los que a veces se prestaba a utilizar sus dotes de pianista clásico para tocarlos él mismo.

A los 13 años se hizo una escapada incorporándose a una compañía de zarzuelas con la que hizo una gira por varias provincias ejecutando música popular, incluyendo tangos. Más adelante tocaba el piano en un cine acompañando películas mudas y en una confitería de la ciudad de Santa Rosa, provincia de La Pampa, ambas de propiedad de Mario Manara, amigo de su padre, lo que hizo durante unos dos años.

En 1919 regresó a Bahía Blanca y formó su primera orquesta con la que actuó en Bahía Blanca en el Café Express, ubicado en la esquina de Zelarrayán y Buenos Aires y en el Café Moka, de O´Higgins 50. También hicieron giras por La Pampa, Córdoba, Mendoza, San Juan y Salta. Finalmente, en 1923 se trasladó con su hermano Roque a vivir a Buenos Aires cuando ya era autor del tango Meditación.

Dos tangos de su autoría son considerados clásicos del género. El primero es en homenaje a su maestro Osvaldo Fresedo y se llama “Milonguero viejo”; el segundo es un reconocimiento a su ciudad natal, “Bahía Blanca”. No son sus únicas creaciones, pero son las más memorables. Tan memorable como su famosa mano izquierda, “su zurda milonguera”, como dijera un crítico, esa zurda que le otorgaba al sonido del piano un toque distintivo y distinguido, pleno de sutilezas y matices. La mano izquierda de Di Sarli se reconocía por esa manera de decir, de acentuar, de modular.

Julián Plaza, que en algún momento integró su orquesta de 1958 decía que lo que más le asombraba de Di Sarli era que con recursos tan simples le haya arrancado a la orquesta sonidos tan lindos. Esa “simpleza” a la que se refería Plaza no era casualidad o el producto de una improvisación, sino la consecuencia de una fina sensibilidad musical y un rigor profesional desarrollado desde su primera adolescencia.

El nombre de Carlos Di Sarli integra por legítimo merecimiento la llamada generación del cuarenta, esa camada de músicos que renovaron el tango, lo hicieron popular y sentaron las bases para los futuros movimientos de vanguardia. Allí están Aníbal Troilo, Osmar Maderna, Miguel Caló, Mariano Mores, Horacio Salgán, Osvaldo Pugliese, Ricardo Tanturi y por qué no, el propio Astor Piazzolla. En esa primera línea de músicos, Di Sarli se incluye por méritos propios. Sus lentes ahumados y su piano constituyeron una imagen clásica que contó con adherentes tan leales como exigentes.

Eran los años en que el tango se bailaba en el centro y en los barrios, en los distinguidos salones y en los modestos clubes. Cada cabaret tenía su músico preferido; cada músico contaba con su propia hinchada. En esa competencia por la popularidad, Di Sarli fue uno de los más aclamados. La imagen suya, sentado frente al piano con sus lentes ahumados y su leve sonrisa se transformó en un clásico.

Oscar del Priore define muy bien su estilo: “Con el melodismo de Fresedo pero con un basamento rítmico propio apoyado fundamentalmente en su piano conductor, Carlos Di Sarli presenta en el ‘40 su renovado conjunto, equilibrio exacto de las distintas épocas porteñas, excepcional intérprete de los viejos temas instrumentales, favorito de los bailarines y, además, ubicado en repertorio cantado”.

Había nacido en Bahía Blanca en 1903, la ciudad de Ezequiel Martínez Estrada y Eduardo Mallea, una ciudad que hoy lo recuerda y lo honra con nombres de calles, edificios públicos y museos. La música fue una de las pasiones de su padre italiano. Sus hermanos Domingo, Nicolás y Roque fueron músicos. Su madre, Serafina Russomano, era hermana de un conocido tenor oriental. Digamos que la música lo acompañó desde la cuna y el piano desde su primera infancia.

Se sabe que toda profesión auténtica es hija de una obstinada vocación. Di Sarli fue esa vocación, ese esfuerzo y ese rigor. Desde el adolescente que tocaba en improvisadas orquestas en los bares de Bahía Blanca al maduro profesional que grabó para Phillips y Roca Víctor y convocó audiencias en radio El Mundo, hay una trayectoria en ascenso jalonada por diversos experimentos.

El director de orquesta que asombró por su talento en la década del cuarenta, hace sus primeros “pininos” profesionales en la orquesta de ese gran bandoneonista que fue Anselmo Aieta. Antes de constituir su primera agrupación trabajó con el violinista Juan Pedro Castillo y con el trío de Alejandro Scarpino, el autor de “Canaro en París”. A Osvaldo Fresedo lo descubrió en esos años y en algún momento integró la orquesta que luego se lució en el mítico cabaret Chantecler. De aquellos años, circula la leyenda -nunca verificada- que en algún momento fue pianista de Juan D’Arienzo. El músico que crece y pule su estilo se estaba revelando también como compositor y arreglador. En esos años, Juan Pacho Maglio graba uno de sus primeros tangos, “Meditación” y es para esa época que escribe “Milonguero viejo”.

Amigo de Discépolo, lo ayudó a componer la música de sus letras. “Soy un arlequín” lo estrena Tania en el Follies Vergere y el invitado de gala es Di Sarli en homenaje y agradecimiento por el asesoramiento brindado a su amigo.
Para 1928, fue contratado por la "Víctor". Su primer disco publicado fue el tango "T.B.C” de Edgardo Donato y "La Guitarrita" de Eduardo Arolas. 

En 1929, Di Sarli y su sexteto actuaron en el cabaret "Follies Bergere". En ese prestigioso local, se estrenó el tango de Discépolo "Soy un arlequín" cantado por Tania, acompañada por el sexteto. De esa época proviene la gran amistad entre Tania, Discépolo y Di Sarli, quien asesoraba musicalmente al poeta y acostumbraba a pasarle la música al pentagrama. Fue así que, en 1930, escribieron “Yira yira”. 

En 1929, también trabajaría su conjunto en el balneario "El indio" de Vicente López, muy en boga en aquellos años.
Hacia 1930, también acompañó a la cancionista Mercedes Carné para la casa Brunswick, aunque su nombre no figuraba en la etiqueta de los discos, por los compromisos contractuales asumidos con la empresa Víctor.  
Entre 1927 y 1928, constituye su primer sexteto. En los bandoneones, estaban César Gizo y Tito Landó; en los violines, José Pécora y David Abramsky, mientras que Adolfo Kraus se desempeña en el contrabajo. Los cantores son, entre otros, Ernesto Famá y Fernando Diez, En 1932 se incorpora Antonio Rodríguez Lesende, el célebre “Gallego”, para más de un tanguero el mejor cantor de tangos después de Gardel, el único cantor que fue capaz de decirle que no a Aníbal Troilo y la obsesión de todo coleccionista porque ha grabado muy pocos tangos y conseguirlos es una verdadera proeza.

Después de unos años de voluntario ostracismo o, según se mire, de severo aprendizaje, porque en esos años se relacionó con Juan Carlos Cobian y Ciriaco Ortiz, además de un fugaz pasaje por la orquesta de Juan Canaro, Di Sarli constituye su clásica orquesta en 1939, año en el que también se inicia en Radio El Mundo, la radio con mayor audiencia tanguera de su tiempo. En esta orquesta estaban en el bandoneón Roberto Gyanitelli, Domingo Sánchez y Roberto Mititieri; la línea de violines tenía a Roberto Guisado, Ángel Goicoechea y Adolfo Pérez y en el contrabajo se desempeña Capurro. Sus cantores fueron un sello distintivo de la orquesta. Los más destacados serán Roberto Rufino (se inició con Di Sarli con 16 años) y Jorge Durán, con dos temas que serán los grandes éxitos de sus repertorios: “Tristeza marina”, por Rufino y “Whisky”, por Durán. A estos nombres, hay que agregarles en un mismo nivel de calidad cantores a Alberto Podestá, Carlos Acuña y Oscar Serpa.

Entre 1939 y 1949, la orquesta graba 156 versiones y en esos temas, en la calidad de su interpretación, en la selección de las letras, puede escribirse un fragmento decisivo de la historia del tango. Ya para esa época se lo conoce como “el señor del tango” una designación que honra su señorío.
En 1958, Di Sarli constituye su última orquesta. La línea de violines es de lujo: Elvino Bardaro, Roberto Guisado y Juan Schiaffino. Lo mismo puede decirse de los bandoneones: Libertella, Plaza y Marcucci. Di Sarli murió en 1960, en la plenitud de su capacidad creativa. Como todos los grandes, sus contemporáneos y quienes se consideraron sus discípulos lo honraron con creaciones memorables. Aníbal Troilo compuso en su homenaje “Sinfonía para un recuerdo”, y Osvaldo Tarantino Adiós.

Carlos Di Sarli murió en su casa de Olivos calle Guillermo Rawson 2900 esquina Mariano Pelliza, provincia de Buenos Aires, el 12 de enero de 1960, a la edad de 57 años, su cuerpo descansa en el Cementerio de la Chacarita. En varias ocasiones, Aníbal Troilo definió a la orquesta de Di Sarli como la mejor en la historia del tango argentino, una definición a tener en cuenta.





JUAN JOSÉ DE SOIZA REILLY

Vecino de Vicente López, destacado escritor y cronista de su tiempo. Célebre periodista, con prestigio ganado a través de sus reportajes en “Caras y Caretas” y sus audiciones radiales, que finalizaba diciendo “Se acabó mi cuarto de hora”.
Vivió en un espléndido chalet estilo inglés, que se levantaba en el solar situado en la avenida San Martín al 3600, con frente a la acera sur (entre la calle Deán G. Funes y la Avda. Mitre), Florida Oeste; que fuera demolido para dar paso a un edificio comercial, en el que funcionaran supermercados.

Nació en Concordia (Entre Ríos) en 1879, siendo hijo de Juan José de Soiza Micon y de Catalina Reilly Welsh. Su nacimiento fue registrado sesenta y tres días más tarde en Paysandú (República Oriental del Uruguay), donde realizara su educación primaria (motivo por el que en ocasiones se lo menciona como uruguayo-argentino).

A los doce años se radicó en Buenos Aires, ciudad donde vivió más tarde los tiempos románticos de la bohemia periodística y literaria.

Se preocupó por estudiar y, a los 25 años, se recibió de maestro normal en el Colegio Normal de Concepción del Uruguay.

Fue profesor de Historia en la Escuela Superior Comercial de Mujeres "Dr. Antonio Bermejo" y en otros establecimientos de educación. También consejero en Universidades Populares. Actuó como secretario de la Convención Constituyente de la provincia de Santa Fe (1921) y a partir de ese año, Director de la Biblioteca de la Facultad de Derecho de Santa Fe.Pero siempre quiso escribir.

El bullicio de las redacciones y las tertulias del bar El Sibarita, de Maipú, entre Bartolomé Mitre y Cangallo, de Buenos Aires, ejercían sobre él la fuerza atractiva del imán.Fue allí donde hizo amistad con Héctor Pedro Blomberg, Luis Pardo, Enrique Méndez Calzada, Eustaquio Pellicer y los dibujantes José María Cao Luaces, Alejandro Sirio y Juan Hohmann, entre otros.

Recordaba de su comprovinciano José Seferino Álvarez Escalada el popular Fray Mocho, al que siempre consideró su maestro, que fue quien “me sacó de la prensa chica de los barrios pobres y me llevó del brazo a las luces del centro”. El autor de "Un viaje al país de los matreros" lo incorporó en 1903 a la redacción de ‘Caras y Caretas’, revista “festiva, literaria, artística y de actualidades” que leían todos, sin distinción de niveles sociales.

Sus colaboraciones en prosa comienzan a aparecer en “Caras y Caretas” en el ejemplar del 21 de noviembre de 1903, edición nro. 268: “Carnaval”. Sería el principio de su relación con la revista argentina de mayor prestigio de la época.
A mediados de 1907 fue comisionado por “Caras y Caretas” para realizar una gira periodística en Europa, acompañado por el repórter gráfico (fotógrafo, en la terminología de entonces) don José de Arce; a fin de dar cobertura a todo lo que estuviera ocurriendo en el Viejo Continente que resultare de interés para América, tanto desde el punto de vista literario, científico, comercial y noticioso, sino también en lo político, social y pintoresco. Dando un sitio preferente a las colonias de residentes argentinos, uruguayos, chilenos, bolivianos y latinoamericanos en general. Para esto, de Soiza Reilly y de Arce embarcaron el 12 de abril de 1907 en el vapor “Thames”, de la Mala Real inglesa (Royal Mail Line). Las primeras notas las realizaron en España.

Tuvo motivos para anécdotas reales, como la que surgiera con motivo de un reportaje al entonces rey de España, Alfonso XIII, una de las figuras más interesantes de los Borbones, célebre por su afición a las mujeres y al erotismo. Le hablaba Soiza Reilly de Sáenz Peña y de su lema “América para la humanidad”, cuando Alfonso XIII lo interrumpió para preguntarle: “¿Y qué tal, chico, cómo andáis de mujeres por vuestro país? ¡He conocido algunas como para chuparse los dedos!”.

En París trabó amistad con Rubén Darío, Enrique Gómez Carrillo, Julio Piquet, Juan Pablo Echagüe (que escribía con el seudónimo de “Jean-Paul”) y otros personajes de la bohemia latinoamericana afincados en la Ciudad Luz.
Con la popularidad de la radio, Soiza Reilly se convirtió en el más popular periodista. Comenzó en Radio Stentor; después pasó a Belgrano y a otras emisoras.

Precursor del periodismo radial, mantuvo su programa de charlas durante 30 años. Hablaba con vehemencia, tanto como cuando escribía.

Las fotografías de la época lo muestran como un hombre corpulento, con anteojos redondos y oscuros, bigote y moñito. Así apareció no solo en “Caras y Caretas”, donde cumpliera una prolífica etapa en la prensa, como en otras revistas como ‘Antena’ y ‘Sintonía’, orientadas al mundo de la radio.
En sus últimos años adhirió al peronismo y el entonces gobernador Domingo Mercante lo designó director de Bibliotecas Populares de la provincia de Buenos Aires. Algunos le retiraron su simpatía, pero muchos siguieron fieles al viejo periodista. Después de 1955, silenciada su voz dejó de oírse en las transmisiones de radios. Con el tiempo, volvió a los micrófonos hasta los últimos días de su vida.

Casado con Emma Martínez Lobato, tuvieron dos descendientes: Rubén y Emma.

Fue distinguido como “Caballero de la Corona de Italia”.

Se le otorgó la Medalla de oro en la Exposición de San Francisco de California, por su libro ‘El alma de los perros’.

Falleció en Buenos Aires el 19 de marzo de 1959, faltando dos meses para que cumpliera 79 años. Hasta entonces, siguió exclamando al final de sus microprogramas las dos expresiones que lo habían hecho célebre: “¡Arriba los corazones!” y “¡Pasó mi cuarto de hora!”.

Juan José de Soiza Reilly fue un prolífico autor. Se le considera como un claro precursor de Roberto Arlt. No es difícil encontrar en su obra literaria un escritor político que denuncia.

Escribió, entre otras:

-El alma de los perros (relatos)
-Los anarquistas (testimonios)
-En el reino de las cosas (novela)
-Cien hombres célebres (retratos y entrevistas)
-La ciudad de los locos (novela)
-La muerte blanca (novela)
-Las timberas (novela)
-Mujeres de América (novela)
-Pecadoras (novela)
-Criminales (novela)
-La escuela de los pillos (novela)
‘El alma de los perros’ fue publicado en 1909 en Valencia y prologado por Manuel Ugarte (es decir fue editado en España por los modernistas), fue reeditado en Buenos Aires en 1917 por los socialistas de Nosotros: volvió a ser editado en la etapa peronista (1950), alcanzando las veinticuatro ediciones entre 1909 y 1950, siendo traducido a varias lenguas extranjeras.Sin embargo, no es fácil encontrar sus libros. No es fácil hallarlos en las librerías argentinas ni hay muchos ejemplares en las bibliotecas públicas. Todo lo que se consigue son ejemplares de las décadas del ‘20 y del ‘30, prácticamente de colección. Las últimas reediciones son las de los años ’50 (también tesoros de los libreros especializados).


ALBERTO JOSE TRABUCCO


Alberto José Trabuco nació en Buenos Aires el 24 de Marzo de 1899. Si bien su madre lo introdujo desde muy joven en el mundo artístico, su formación es la de un autodidacta. Su producción se caracteriza por la búsqueda de una espiritualidad delicada, a través de un simbolismo que trasciende el objeto representado para exaltar su misterio. Entre sus temáticas habituales se encuentran las figuras, las cabezas de niños y las flores, tratadas en general a partir de diversas capas de pigmentos, pulidas y alisadas a la manera del esmalte.

Autodidacta, pintó con tesón, pero guardó sus frutos para sí.

A lo largo de su vida no accedió a la tentación de exhibir sus obras.

Tan sólo el Salón Nacional fue el singular y único destino de sus envíos anuales, que comenzaron en 1927.

Una larga serie de galardones, un verdadero cursus honoris, fueron jalonando esta presencia de Trabucco en el Salón Nacional.

Premios Estímulo en los años 1930 y 1931. Premio Cecilia Grierson en 1934.
Nuevamente un Premio Estímulo en 1935. El Segundo Premio de la Comisión Nacional de Cultura en 1943. Y finalmente la doble consagración del Gran Premio de Honor en 1965 y del Gran Premio del Salón del Sesquicentenario de la Independencia en 1966. Mientras tanto hubo dos invitaciones a participar en el Premio Palanza (1949 y 1961) y la integración en los envíos argentinos a las Bienales de Barcelona (1955) y de San Pablo (1957).

La obra de Trabucco, generalmente definida a través de la figura, se caracteriza por una refinada factura, producto de una minuciosa elaboración.

Un tratamiento a base de diversas capas de pigmento, muchas veces raspado y pulido a la manera del esmalte, confiere a sus trabajos una inusual calidad.
El esquivo Trabucco había emergido junto con la llamada Generación de 1921, una camada de artistas entregados a asimilar tibiamente las novedades del postimpresionismo francés.

Luego, en los decisivos años 30, Trabucco aparecía como un pregonero de la modernidad junto con Emilio Petorrutti, Spilimbergo, Berni, Gutero, Daneri, Butler, compartiendo a menudo muestras colectivas que marcaron rumbos polémicos e innovadores en nuestro arte.

Sus cuadros comenzaron a ganar premios importantes, como el Cecilia Grierson, en 1934.

Pero el artista seguía siendo un ser sin existencia física.

Un espíritu. También fue José León Pagano, en su monumental tratado, El arte de los argentinos, publicado en 1940, el primero en vislumbrar la originalidad de la obra pictórica de Trabucco; una obra que, como la de los poetas simbolistas, buscaba no la cosa, sino su misterio.

Y cuatro años más tarde, Julio Payro - decano de la crítica argentina - lo incluyó en un libro titulado 22 pintores argentinos. Obviamente, los más importantes de ese momento.

Pero él seguía sin aparecer. Genio sin figura Nunca, hasta su muerte (medio siglo más tarde) realizaría una muestra particular y el único contacto posible con su obra era cuando asistía a los salones nacionales.

Desde su retiro, el solitario artista fue invitado a las bienales de San Pablo y Barcelona y en 1965 accedió al Gran Premio de Honor del Salón Nacional de Bellas Artes. Pero ni siquiera entonces fue a recibir el galardón consagratorio del arte nacional. Tampoco, un año más tarde, cuando mereció el Gran Premio de Honor del Salón del Sesquicentenario de la Independencia Argentina...
¿Dónde estaba el secreto de tanto ostracismo? Alrededor de la figura paterna de un próspero comerciante que había amasado fortuna importando codiciados terciopelos genoveses, los Trabucco llegaron a poseer numerosas propiedades en la Capital y una fastuosa quinta, con caballerizas, en el Partido de Vicente López.

Alberto José estaba destinado a prolongar la empresa familiar, pero de la mano de su madre, ingresó muy joven al mundo del arte. Muertos sus padres y, prematuramente, sus hermanos, se enclaustró en el sótano de la quinta donde armó su taller y permaneció hasta el fin de sus días.

Allí vivió rodeado de imágenes evanescentes y recuerdos glamorosos que fueron puliendo su estilo y también prefigurando sus temas: bodegones de cuidada composición, figuras femeninas, cabezas de niños, naturalezas muertas, el rincón de un cuarto, flores, alguno que otro desnudo. Todo, en ellos, es vaporoso, de tonalidades nacaradas y tenues armonías en donde el blanco es la tonalidad mayor. Una misma poética integra el sujeto de sus cuadros con la substancia puramente pictórica: y todo florece como reverberos de otro tiempo. De un tiempo ausente, como la propia biografía del artista y el misterio de su vida.

Alberto Trabucco falleció el 14 de Septiembre de 1990 a los 91 años, y donó todos sus bienes a la Academia Nacional de Bellas Artes para que con ellos se creara una fundación en favor del Arte Argentino. El Premio Trabucco, que se otorga anualmente, ha sucedido a partir de 1993 al tradicional premio Palanza y ya goza de análogo prestigio. La única exposición retrospectiva de su obra la realizo Galería ARROYO en 1991.

El Premio Trabucco, que se otorga anualmente, ha sucedido a partir de 1993 al tradicional premio Palanza y ya goza de análogo prestigio.

La única exposición retrospectiva de su obra la realizo Galería ARROYO en 1991. Entre las sabrosas anécdotas del arte nacional hay una, definitoria, que tiene que ver tangencialmente con el pintor Alberto José Trabucco.

Un día, en rueda de artistas, el crítico e historiador de arte José León Pagano preguntó si alguien conocía a ese artista del que todos hablaban pero que nadie había visto:
-No hubo respuesta.
-Me lo suponía, comentó Pagano.
-Trabucco es un espíritu.

Relatada una y otra vez por el propio Pagano, la anécdota terminó convertida en una ineludible referencia bio-bibliográfica.



Mireya Baglietto


Mireya Baglietto nació en Olivos Buenos Aires el 25 de septiembre de 1936, Hija de María Esther Norton que fue maestra en la escuela Nº1 y activo miembro de ACCERVIL y José Francisco Baglietto, que instaló la segunda farmacia de la zona y se radicara en Vicente López en el año 1920, vivió su infancia y adolescencia en Olivos.

Dio sus primeros pasos en el arte en la escuela Paula Albarracín.

Cursó sus estudios secundarios en el Colegio Comercial de San Isidro y en el Instituto Martín y Omar. En 1958 se casó con Horacio Félix Florit con quien tuvo cinco hijos; Luciano, Dionisia, Bernardo, Juan Cruz y Jimena.

En 1954, cuando era adolescente asistió al taller de cerámica de Ana Mercedes Burnichon. Seguidamente fue invitada a formar parte del grupo “Artesanos”, un grupo pionero que reunía a jóvenes ceramistas de vanguardia de la Argentina con el que realizó numerosas exposiciones en calles, plazas y centro de cultura del país.

En 1963 recibió la beca del Institute of International Education, Fundación Ford y ese mismo año asumió la dirección del Taller de Arte Cerámico del Instituto de Cultura Superior, donde permaneció hasta 1968, año en que funda su propio espacio de enseñanza en el barrio porteño de Montserrat. Allí trabajó el proceso creativo, la práctica cerámica y la investigación de esmaltes. En 1973 comenzó a hacer escultura, dibujar y pintar y poco tiempo después se trasladó a una vieja casona del barrio de Colegiales para dedicarse, casi con exclusividad, a su obra. Durante ese largo período estudió con Héctor Cartier, Osvaldo López Chuhurra, Norberto Onofrio y Néstor Cruz.

En 1980 a causa de una profunda crisis existencial dejó de lado la creación de objetos elaborados a través de la materia y se dedicó a la exploración directa, sensorial y espiritual con el espacio total, la unidad que todo lo contiene. Saltó así de la lógica de la transformación de los cuatro elementos propios de la cerámica, a la lógica de la ingravidez y la inmaterialidad, un camino sin referencias que ahonda en las capacidades humanas a través de un cambio radical de la mirada. A nivel conceptual se planteó dejar de lado los márgenes temporo espaciales provenientes de la física de Newton y el pensamiento de Descartes, apartándose de la concepción dualista que hace a la separatividad para promover la interacción holística. Se lanzó a la búsqueda de vínculos carentes de cauces prefijados y de coordenadas predeterminadas, abandonando el mundo de las formas, los símbolos y los mitos. Creó así el Arte Núbico, un camino de síntesis que se explora a través del cuerpo para gestar una particular ética y estética de lo inconcluso y transformador. Consideró la percepción del espacio como unidad, como experiencia altamente propicia para habilitar y/o enriquecer nuevos sistemas de ver, sentir y pensar el mundo. En 1981 realizó su primera Nube, un espacio plástico y polisensorial que dio inicio a otras obras y acciones creativas. En 1982 montó su segundo espacio núbico en la ciudad de Tucumán y en 1983 representó a la Argentina en la XVII Bienal Internacional de San Pablo, con su obra "La Nube III, espacio plástico polisensorial” que marcó un suceso de público pocas veces logrado anteriormente. En años sucesivos realizó tres eventos de envergadura en la sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta y diversos espacios de Argentina y España. Expresó:
“Lo más importante de mi vida creativa es haber encontrado el mundo de lo no manifiesto e intangible y los recursos para que otras personas los puedan percibir al ritmo de sus propias capacidades de sentir y pensar. La obra fue creada, los resultados comprobados a través de cientos de miles de personas; ahora deberán ser los científicos, quienes tomen la iniciativa de investigar y convalidar los procesos neurológicos y su relación con los territorios del espíritu que ésta produce.”

En 1998 participó en la creación de la obra "Identidad" para Abuelas de Plaza de Mayo, junto con otros 12 artistas plásticos de reconocida trayectoria y compromiso con los derechos humanos, entre ellos: Nora Aslan, Diana Dowek, León Ferrari, Rosana Fuertes, Luis Felipe Noé, Daniel Ontiveros, Juan Carlos Romero y Marcia Schvartz. La obra fue montada en la Sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta y continuó en gira hasta 2005 por Museos de Bahía Blanca y Mar del Plata, Provincia de Buenos Aires; Galería Fundación 3,14, Bergen, Noruega; Museo Nacional de Lubliana, Lituania; Haus am Kleistpark, Berlín, Alemania; North Dakota Museum of Modern Art, Estados Unidos. En 2005 recibió el Gran Premio de Honor Presidente de la Nación en el 94º Salón Nacional de Artes Visuales, disciplina Cerámica por su obra “Planeta Alterno"
En 2013 realizó Miradas Núbicas, una muestra antológica que reunió 33 años de trabajo montada en el Palais de Glace. En ese mismo año sintetizó sus inquietudes a través del lema:
“Ampliar la mirada, sentir qué se siente, trasponer culturas, volver al origen, ser el universo, repensar el mundo.”

Como figura pública ha apoyado y participado de diferentes grupos de espiritualidad, ecología y ambiente. Siempre desde una posición no dogmática, en las décadas del 80 y 90 organizó infinidad de encuentros, ceremonias y meditaciones en diversos espacios y plazas de Buenos Aires y en su propio estudio. Desde el tema recurrente “El espacio que nos une” realizó meditaciones de apertura en diversos actos interreligiosos, entre los que cabe destacar el celebrado en 1992 en honor a su SS el Dalai Lama en la Catedral de Buenos Aires y el realizado en 1995 dentro del espacio cúbico ARCOIRIS, en conmemoración del 50 aniversario de Naciones Unidas, donde solo se cantaron canciones por la paz del mundo.

En 1989 durante la puesta de su obra "La Trama Humana" creó el proyecto HAGAPAZ que concretó en 1990 junto a la Fundación Libre y que se llevó a cabo en la Plaza de las Naciones Unidas de la Ciudad de Buenos Aires. El acto consistió en reunir y mezclar tierras de todas las provincias argentinas, para ser entregadas luego a cada una de ellas. Estas ceremonias fueron y siguen siendo reiteradas en diversas oportunidades.

En 2009 realizó una instalación ambiental y coordinó una meditación de apertura en el VI Congreso Iberoamericano de Educación Ambiental organizado por la Secretaría de Ambiente de la Nación en San Clemente del Tuyú. El tema fue “Nosotros La Tierra”.

Durante su etapa de ceramista (1958-1978) creó el Taller para Estudios Cerámicos que lleva su nombre, donde se formaron numerosos ceramistas argentinos. A partir de 1985, cuando el Arte Núbico quedó establecido como una tendencia, desarrolló una vasta tarea de docencia tanto en su propio estudio como en diversos centros y universidades argentinas, trabajando sobre el despertar de la sensibilidad creativa en relación con la materia y el espacio atemporal. Fue Profesora Invitada de la Universidad Nacional de Cuyo (1992-1993), de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (1994) y de la Universidad de Belgrano donde realizó 27 talleres de Arte Núbico en casi todas las Facultades de dicho establecimiento. Fue creadora y titular de los seminarios de posgrado "Espacio Abierto" y “Núbika, un nuevo paradigma del arte” en el Instituto Universitario Nacional del Arte (IUNA) (2004-2007). En la actualidad continúa con la labor docente realizando talleres y seminarios de Arte Núbico en diferentes instituciones, así como también en numerosos organismos educacionales de nivel inicial.





Jamás volvería la princesa a deleitar su espíritu cruzando con una sombrilla el "Gran Puente de los Dragones Chinos" de granito rosa, al igual que sus grandes jarrones también de granito de donde surgían a modo de graciosa y artística baranda ramas colgantes de coral rojo bajo la custodia de pintorescas figuras pintadas iluminando el entorno con las clásicas linternas... qué lejos quedaría el incomparable, inabarcable e indescriptible palacio de Tsárskoye Seló...

Todo ello, parques, cúpulas, espléndidos jardines, colosales salones dorados, magníficos y extravagantes pabellones... una vida confortable, segura y familiar... todo aquello, todo ese mundo se estaba derrumbando a pedazos y lamentablemente para la princesa, no se trataba de un episodio aislado, el que pronto apenas sería recordado como una lamentable y triste pesadilla... la despiadada y feroz Primera Guerra Mundial sembró dolor y aflicción que ensombrecieron aquellos luminosos días... y las miradas, más allá de las doradas verjas del palacio, se volvieron cada vez más hostiles... las actitudes cada vez más violentas... "Barbe" tuvo temor e incertidumbre sobre su futuro.

¡Como tantas otras damas, “¡Barbe” había conocido la crueldad y horror de la guerra de muy cerca, en su rol de enfermera... cuán lejos habían quedado las canchas de tennis, los verdes parques y aquellos joviales paseos en trineos!

Su joven amiga, Isolina María Moreno princesa Trubetskoy, le recomendó entonces, ante la profunda turbación de su amiga, emigrar hacia una tierra amigable, pacífica y próspera de la que era oriunda, llamada Argentina, donde podría instalarse segura, viviendo una existencia sosegada y plácida. Y de esta manera, llegó a estas extrañas y lejanas tierras, la princesa "Barbe", aquella que había conocido en la intimidad a la desdichada emperatriz Alexandra, al tímido Nicolás, a las encantadoras duquesas y al delicado zarevitz y que seguramente los lloró al enterarse de la masacre donde perdieron la vida.

"Barbe" conservaba pocos recuerdos de aquel trágico y brutal naufragio y se dedicó entonces a bordar en su nuevo hogar, su "casita" de Vicente López, donde había llegado en 1923. La princesa subsistía gracias a sus domésticas labores que vendía en la "Providencia Femenina" entidad benéfica fundada en 1919 por Paulina Frers de Pellegrini, donde en su sede de Santa Fe 1234 "al que acude diariamente gran cantidad de compradores, hallan sitio todos los productos de la labor casera, cuya aceptación no está supeditada a más exigencias que las que impone el buen gusto y la elegancia, humilde o fastuosa, que ha de ser luego factor principal para recomendar las obras allí en venta" como la describía Caras y Caretas en julio de 1920.

En la entrevista que concedió a Caras y Caretas en mayo de 1927 diría "Soy un poco argentina. Mi casa es hoy mi patria... No tengo otros apegos en el mundo... Soy sola, y vivo de recuerdos..."

Hoy, a casi 95 años de distancia de aquel mayo de 1927, hacemos un alto en este viejo recuerdo y, levantando la vista, nuestra imaginación vuela y retrocede en el tiempo hacia esa casita con jardín de Vicente López, fantaseando con permanecer un rato en la intimidad con la princesa en el exilio, desgranando sus recuerdos mientras fija la vista en sus bordados que le permitirán comer esa noche... ¿Cómo era la vida en el soberbio Hermitage? ¿Cómo eran Nicolás y Alejandra? ¿Y las princesas? ¿Conoció al misterioso Rasputín? ¿Cómo se vivieron los dramáticos y trágicos momentos de la Revolución? ¿Cómo fueron las vicisitudes al enfrentar el duro y difícil exilio...? respuestas que nunca hallaremos, pues, como tantos otros sueños, la princesa se ha desvanecido en las brumas del tiempo definitivamente, con sus secretos, dolores, recuerdos y alegrías...

Retrato de la Princesa Bárbara de Kozielsk Puzyna en el año 1927

 Princesa Bárbara de Kozielsk Puzyna

"De las convulsiones de todo orden que han agitado al mundo han surgido figuras admirables. Esas convulsiones, que causaron estragos en todos los pueblos del universo, trajeron hasta nuestra querida patria muchos seres ávidos de serenidad y de paz, y aquí, trasplantados de todo lo que constituía su cuna misma de origen, ideas, lenguaje y clima, agonizaron unos y echaron fuertes raíces otros, creciendo serenamente bajo la acogedora bondad de nuestra hospitalaria nación.

Cuando supe que la princesa Bárbara de Kozielsk Puzyna, descendiente del principe Jorge, fundador de la dinastía, hijo a su vez de Vladimir el Grande, se hallaba en Buenos Aires, no vacilé en solicitar de su gentileza que me permitiera hablar de ella para ejemplo de tantas mujeres que vacilan todavía antes de decidirse a luchar.

Una mañana radiante de sol fui a verla en su diminuta casita de Vicente López, donde se ha refugiado y donde ha reunido en artística y sencilla forma los objetos que pudo salvar de la horrible tragedia de su patria.

Y asi, en el acogedor living room, olvidé que pasaban las horas, mientras con voz de tonos sonoros y vibrantes evocó la interesante dama las más contradictorias fases de su agitada existencia. Primero, la fastuosidad de la corte de los zares, donde actuó por derecho propio, pues corre por sus venas sangre noble; luego, la sombría época de la guerra, a la que pagó su tributo haciendo integra la campaña, alistada en la 43º ambulancia de la primera división siberiana de la Cruz Roja. Donde le tocó prestar sus abnegados servicios en plena línea de batalla; más tarde, durante año y medio, en un buque hospital en el mar Negro, actuación en la que conquistó las honrosas condecoraciones que ilustran estas páginas; luego, la horrible visión de la tragedia roja, de la que tan pocos pudieron escapar con vida.

En seguida, más serenamente, habló la princesa Puzyna de sus trabajos en la comisión de reparación en Viena, y luego, cuando hubieron de limitarse los puestos en esa comisión, la incertidumbre que se apoderó de la aristocrática dama, que veía levantarse ante ella una situación más angustiosa, si cabe, que todas las anteriormente pasadas...

Me habla entonces del acertado consejo que le diera su bella y buena amiga la princesa Isolina de Troubetzkoy, de venir a la Argentina. Y aquí se encuentra ahora la princesa rusa desde hace cerca de cuatro años, luchando activa, inteligente y enérgicamente por la vida. Y mientras habla, sus dedos ágiles, en cuyo anular luce una sortija con escudo real, van formando extraños dibujos rusos, de vivos colores, sobre una tela azul.

"Cuando llegué - me dice no sabía bordar. Aquí aprendí a hacerlo, y mis bordados rusos se convirtieron, en pocos años, en la tierra en que está levantada esta casita; mi casita, recalca sonriendo con sus ojos claros, ayudada y alentada por esa institución generosa que ustedes tienen aquí, que se llama Providencia Femenina, empecé a vender con buena fortuna mis bordados, y hoy a veces no me alcanza el tiempo para realizar los encargos que se me hacen.

Ahora, termina diciendo la princesa, soy un poco argentina. Mi casa es hoy mi patria... No tengo otros apegos en el mundo... Soy sola, y vivo de recuerdos..." 

Isolina María Moreno (1879-1931) había contraído matrimonio con el príncipe Nikolai Trubetskoy (1857-1931) el 18 de enero de 1899. Fue quien, en el dramático y sangriento derrumbe del imperio zarista, aconsejó a su amiga, trasladarse a una tierra segura, pacífica y próspera de la que era oriunda, llamada Argentina.

La revista Caras y Caretas del 12 de mayo de 1923 refiere al enlace de la «princesita Sonia Troubetzkoy Moreno» con el conde Alejandro Kolowrat-Krakowky (1886-1927), ancestral familia del imperio Austro-Húngaro. En realidad, se trata de Sofía, hija de Isolina Moreno y el príncipe Nicolás quienes contrajeron matrimonio en Roma, el 18 de enero de 1899. De esta unión nacieron Sofía (1900-1938) quien el 30 de abril de 1923 contrajo en Viena, Austria, matrimonio con Alexander conde Kolowrat-Krakowsky, y luego formalizó un nuevo matrimonio, esta vez, con el conde Heinrich Kolowrat-Krakowsky, nacido en 1897. Su matrimonio, según la crónica social, pareció ser de ensueño, donde no faltaron lujosos vehículos, diademas y joyas; además de, claro está, los consabidos castillos familiares.

El hijo de Isolina y el príncipe Nicolás, se llamó Kirill (1902-1964) el cual casaría el 5 de marzo de 1936 en París con Simone Spitzer (1913-1980).

En ocasión del matrimonio de Kirill, la revista Caras y Caretas recordaba en abril del '36 la pomposa y majestuosa ceremonia del matrimonio de Isolina, la "bellísima Isolina Moreno, figura porteña consagrada ese día como una de las grandes damas de la corte de Nicolás II... que llegaba al altar portando una "Carta de felicitación autógrafa del zar Nicolás II, con el aderezo de diamantes obsequiado por la imperial pareja para que tan magnífica parare realzara la singular belleza de Isolina Moreno, hija del extinto ministro argentino y decano del cuerpo diplomático en Roma, don Enrique B. Moreno y su esposa doña Carolina Torres Cabrera, la venerable matrona hasta quien llegan hoy en su residencia..."

No era para menos, la gran familia de los Troubetzkoy podía enarbolar más nobleza que los mismos Romanov, puesto que remontaban su estirpe a Oliogerdus (1292-1377), duque de Lituania y su esposa, María Jaroslavna von Witebsk fallecida en 1346. En tanto, los Romanov se habían establecido en Moscú "recién" a partir del siglo XVII, accediendo al trono en 1613 con la coronación de Miguel I, hijo del patriarca Filareto (primo de Fiódor I de Rusia) rigiendo los destinos de Rusia hasta que la Revolución de Febrero de 1917 la que obligó al zar Nicolás II a abdicar.

Uno de los aspectos más interesantes en este caso, es la cercanía al círculo íntimo de la familia imperial que tuvo esta familia siendo testigos directos del gran drama que deshacería violentamente y en pedazos el mundo que habían conocido hasta entonces



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