Lucio V. López
Lucio
V. López era hijo del historiador Vicente Fidel López y nieto de Vicente López
y Planes, el autor del Himno Nacional. Había nacido en 1848 en Montevideo
durante el exilio de sus padres y tiempo después se doctoró en Jurisprudencia.
Desde
mediados de la década de 1870 fue diputado, miembro de la Junta Revolucionaria
en 1890 y ministro del Interior por un mes. Al dejar ese cargo el presidente
Luis Sáenz Peña lo designó interventor federal en la Provincia de Buenos Aires.
Durante
su intervención, descubrió una maniobra relacionada con la venta fraudulenta de
tierras en el actual Partido de Chacabuco, en la Provincia de Buenos Aires, por
parte del coronel Carlos Sarmiento, secretario privado del Ministro de Guerra,
el general Luis María Campos.
Sarmiento,
de 33 años, siempre consideró que López lo perseguía por razones de ambición
política y de encono personal. Y luego de haber quedado preso por un tiempo,
salió en libertad, publicando en el diario La Prensa una terrible carta
dirigida al interventor. En esta carta, retó a un "duelo a muerte" a
la persona que lo había difamado. López en tanto, era inexperto en el manejo de
armas de fuego, pero en vista de preservar su honor al haber sido el promotor
del proceso contra el militar, aceptó.
Los
padrinos del duelo fueron, por parte de López, Francisco Beazley y el general
Lucio V. Mansilla, todos miembros del Club del Progreso. El coronel Sarmiento
hizo lo propio con el contra-almirante Daniel de Solier y el general Francisco
Bosch.
La
cita fue el 28 de diciembre de 1894, por la mañana, en inmediaciones del
antiguo Hipódromo de Belgrano (hoy Avenida Luis María Campos). A las 11:10 se
llevó a cabo la primera cuenta de pasos reglamentaria y se produjeron dos
disparos. Los contendientes resultaron ilesos.
El
duelo a menos de quince pasos no era considerado legal: era excepcional,
inclusive para las más graves ofensas materiales. También era usual intentar
una reconciliación luego del primer disparo. Según cuenta una anécdota, en
pleno duelo el general Mansilla lanzó entonces una de sus jocosidades:
"¿Qué les parece un tirito más antes de amigarse?".
Sea
o no cierta la anécdota, el hecho es que se volvieron a cargar las armas,
resonaron nuevamente las tres palmadas de Bosch, y se efectuaron los disparos.
Esta vez, Lucio V. López palideció, soltó la pistola y se tomó con ambas manos
el costado derecho, del que empezaba a manar sangre en abundancia. Trató de
caminar unos pasos, apoyado en el brazo de los amigos, pero se desmayó.
"Esto es una injusticia", alcanzó a murmurar.
Tras
una primera cura en la enfermería, una ambulancia tirada por caballos a todo
galope condujo a López a su casa, en Callao 1862 Experimentó una leve mejoría
pero su estado era irreversible. La bala atravesó su hígado, intestinos y bazo.
Al atardecer se acercó el padre O'Gorman para otorgarle el sacramento de la
extremaunción.
Rufina Cambaceres
“la que despertó de su muerte”
La historia de la señorita Rufina Cambaceres, se contó de generación en
generación y cada boca que la relataba iba agregándole algo distinto. Es por
eso que hoy en pleno siglo XXI no se puede conocer una “única verdad” de su
historia.
La hipocresía de una época también hizo lo suyo, ya que los prejuicios
de comienzos de siglo pasado, eran tanto que se tejieron por aquel entonces
cientos de versiones diferentes. Aquí hemos hecho, una síntesis de todas ellas.
La familia de Rufina vivía en una distinguida y hermosa casona en la
calle Monte de Oca del barrio de Barracas casi en frente de la Casa Cuna (hoy
ya demolida), a pesar de su opulencia, su familia estaba signada por el
“malquehablar” de la época, esto fue porque Eugenio Modesto del Corazón de
Jesús Cambaceres. de la alta aristocracia argentina, abogado, graduado en la
facultad de derecho, que había sido elegido diputado por la legislatura porteña
en 1871, era muy transgresor para su época.
Durante su mandato presentó un proyecto de separación de la Iglesia y el
Estado que produjo un gran escándalo en la sociedad de entonces.
En 1876 se dedicó a escribir, logrando poner ante los ojos de todos, la
hipocresía de la “santurrona” alta sociedad porteña de fines de siglo XIX con
sus urticantes obras.
Para colmo de males, en uno de sus viajes a Europa conoce a Luisa
Baccichi, una bailadora austriaca con la cual se casa y regresa a Buenos Aires.
Recordemos, que por aquel entonces toda mujer que integraba una compañía
de baile era considera menos que una “prostituta”, tal es así que al apellido
de luisa rápidamente lo trasformaron en “bachicha”, siendo tomado en sorna en
todas las fiestas de la alta sociedad porteña.
En ese contexto nace un 31 de mayo de 1883 Rufina, una niña que creció
retraída de cara a todas las cosas que tenía que escuchar de su familia, para
colmo a la edad de 5 años pierde a su padre.
Rufina pasó su niñez entre la casona de Monte de Oca y un Campo heredado
de su abuelo llamado “El Quemado” allí, se refugiaba y soñaba de cómo iba a ser
su vida cuando creciera.
Los días pasaron rápido y Rufina poco a poco se fue trasformando en una
adolescente encantadora, heredando muchas de la dote de su madre que, aunque ya
mayor, conservaba muchos de sus encantos.
Tal vez será por eso que Luisa supo conquistar hasta el mismo
pretendiente de su hija, que no era otro que Hipólito Yrigoyen un político muy
influyente de la época.
Una versión de esta historia indica que Yrigoyen, que por aquel entonces
tenía 45 años, conoció a Rufina cuando ésta tenía tan solo 15 años. Él frecuentaba
su casa y la niña tal vez se enamoró por falta de una imagen paterna.
Recordemos que por aquel entonces era muy común que señores grandes, se
casaran con adolescentes a pesar de una diferencia grande de edad.
No se sabe si Yrigoyen correspondía el amor que sentía la niña, pero sí
sabemos que el que iba a ser presidente de los argentinos en 1916, mantenía una
relación con Luisa, de hecho, de esa pasión, nació un hijo Luis Herman Irigoyen
que, aunque reconocido con el tiempo, tuvo que cambiar la Y por una I latina.
De esto nada sabía la joven Rufina, ella seguía con su “sueño idílico” y
tanto sus amigas y su madre alimentaban la pasión de la soñadora adolescente.
Según los comentarios que se decían por en aquella época, influenciado
por la mala imagen de Luisa, era que “Bachicha dopaba a su hija”, con
somníferos para realizar encuentros furtivos de amor con Yrigoyen en su casa de
Montes de Oca, tal vez, esta versión salió para de algún modo justificar lo que
le sucedió con el tiempo a la pobre Rufina.
La supuesta
muerte de Rufina
El 31 de mayo de 1902 Rufina cumplía 19 años, durante años había
alimentado sus sueños que el mismo Yrigoyen se había encargado de hacer crecer,
ya mayor… (se imaginó), que esa noche era especial y que luego de festejar con
una tertulia en su casa e ir al Teatro Colón a escuchar una orquesta sinfónica,
llegaría por fin el momento de darle rienda suelta a todo el amor, que según
ella.
Pero ese día, mientras Rufina se preparaba para la gran velada, una
amiga se encargó de abrirle los ojos y le explicó lo que todo el mundo en
definitiva sabía.
Le habló de la pasión de su madre con su pretendiente y que en realidad su
medio hermano, era hijo de Yrigoyen.
A Rufina Cambaceres en ese momento se le paralizó el corazón (y esto fue
literal ). Los gritos de los sirvientes que vestían a Rufina alertaron a todos los
presentes, su madre corrió a su habitación y vio a la joven cumpleañera sin
signos vitales en el piso, un médico que se encontraba en la casa trató de reanimarla,
pero no pudo, después, dos médicos más confirmaron su muerte, síncope,
aseguraron y rubricaron.
Rápidamente Rufina fue alojada en la bóveda de su tío Antonio
Cambaceres, estanciero de gran fortuna y director del Banco provincia de Buenos
Aires, donde también estaban los restos de su padre.
Lo que sucedió después sólo Dios y Rufina lo saben, lo cierto es que un
cuidador durante su ronda diaria escuchó golpes que provenían en dirección de
la cripta donde había sido depositada un día antes Rufina, éste sin percatarse
demasiado y consciente de que seguramente había sido uno de los tantos gatos
del cementerio, pegó un ojo sobre el vidrio de la gran puerta de hierro de la
bóveda y notó que el cajón de Rufina estaba levemente corrido del estante.
Rápidamente avisó a la familia, que acudió de inmediato que sin preocupación
acomodo el féretro nuevamente en su lugar, sin dar demasiada trascendencia al
curioso hecho.
La leyenda cuenta que su abuela en Italia al enterarse de lo sucedido,
viajó lo más urgentemente posible a Buenos Aires, recordemos que en aquel
tiempo sólo existía el barco para comunicarse de un continente a otro y a su
llegada ordenó abrir el cajón de su nieta apenas unas semanas muerta. Al abrir
el ataúd de encuentran con el espantoso cuadro aterrador, el cuerpo de la bella
adolescente de espaldas y su cara toda arañada, seguramente de la
desesperación.
Rufina no estaba muerta, había tenido un ataque de catalepsia y había
despertado dentro del ataúd. Golpeo y trato con todas sus fuerzas poder salir,
pero no pudo.
Tal vez, pensó en ese momento, que sentido tenía seguir viviendo si toda
su vida había sido una mentira, pero igual luchó y se aferró a la vida al menos
por instinto.
El de Rufina fue el primer ataque de cataléptica que registró el país y
a partir de allí algunos dicen que a los muertos se los empezó a velar al menos
24 hs. después de fallecidos.
Su abuela mandó a construir un nuevo féretro, este sin ningún tipo de
cerramiento y con su tapa apenas apoyada por las dudas, además, mandó a
construir un monumento en su honor, en mármol estatuario de carrara que se encuentra
en la ochava de la bóveda, para que nadie olvide su historia. Allí se la ve a
Rufina con una mano desfalleciente, tratando de abrir una puerta y una lagrima
cayendo por su mejilla derecha, tal vez por su penosa vida o lo ridículo de su
muerte en el mismo día de su cumpleaños….o por su amor… el que jamás fue
correspondido.
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