Carlos Di Sarli
Carlos
di Sarli nació en Bahía Blanca, el 7 de enero de 1903 su verdadero nombre era
Cayetano Di Sarli, su padre fue Miguel di Sarli, italiano, que tuvo tres hijos,
Ana, María y Antonio, de un primer matrimonio. Cuando enviuda emigra primero a
Uruguay y luego a Argentina. Se casó con Serafina Russomano, que era hermana
del tenor Tito Russomano, con la cual tuvo otros seis hijos: José, Miguel,
Nicolás, Domingo, Cayetano y Roque, estos dos últimos nacidos en la ciudad de
Bahía Blanca donde se había instalado la familia.
Su
padre tenía una armería en la calle San Martín 44 y todos vivían en una casa de
la calle Buenos Aires (hoy Yrigoyen). Cayetano que con el tiempo cambiaría su
nombre por el de Carlos, concurre a estudiar al Colegio Don Bosco. La música
estaba presente en la familia: su hermano Domingo era profesor en el
conservatorio Williams, de Bahía Blanca, Nicolás llegó a ser un renombrado
barítono y Roque, el menor, fue pianista al igual que Carlos.
En
el conservatorio donde enseñaba su hermano, Carlos Di Sarli estudia música y se
familiariza con los clásicos. Le gustaba tocar el piano y tuvo desde chico el
propósito de viajar a Buenos Aires. Los tangos los escuchaba en el fonógrafo a
bocina y en cafés de la ciudad, en los que a veces se prestaba a utilizar sus
dotes de pianista clásico para tocarlos él mismo.
A
los 13 años se hizo una escapada incorporándose a una compañía de zarzuelas con
la que hizo una gira por varias provincias ejecutando música popular,
incluyendo tangos. Más adelante tocaba el piano en un cine acompañando
películas mudas y en una confitería de la ciudad de Santa Rosa, provincia de La
Pampa, ambas de propiedad de Mario Manara, amigo de su padre, lo que hizo
durante unos dos años.
En
1919 regresó a Bahía Blanca y formó su primera orquesta con la que actuó en
Bahía Blanca en el Café Express, ubicado en la esquina de Zelarrayán y Buenos
Aires y en el Café Moka, de O´Higgins 50. También hicieron giras por La Pampa,
Córdoba, Mendoza, San Juan y Salta. Finalmente, en 1923 se trasladó con su
hermano Roque a vivir a Buenos Aires cuando ya era autor del tango Meditación.
Dos
tangos de su autoría son considerados clásicos del género. El primero es en
homenaje a su maestro Osvaldo Fresedo y se llama “Milonguero viejo”; el segundo
es un reconocimiento a su ciudad natal, “Bahía Blanca”. No son sus únicas
creaciones, pero son las más memorables. Tan memorable como su famosa mano izquierda,
“su zurda milonguera”, como dijera un crítico, esa zurda que le otorgaba al
sonido del piano un toque distintivo y distinguido, pleno de sutilezas y
matices. La mano izquierda de Di Sarli se reconocía por esa manera de decir, de
acentuar, de modular.
Julián
Plaza, que en algún momento integró su orquesta de 1958 decía que lo que más le
asombraba de Di Sarli era que con recursos tan simples le haya arrancado a la
orquesta sonidos tan lindos. Esa “simpleza” a la que se refería Plaza no era
casualidad o el producto de una improvisación, sino la consecuencia de una fina
sensibilidad musical y un rigor profesional desarrollado desde su primera
adolescencia.
El
nombre de Carlos Di Sarli integra por legítimo merecimiento la llamada
generación del cuarenta, esa camada de músicos que renovaron el tango, lo
hicieron popular y sentaron las bases para los futuros movimientos de
vanguardia. Allí están Aníbal Troilo, Osmar Maderna, Miguel Caló, Mariano
Mores, Horacio Salgán, Osvaldo Pugliese, Ricardo Tanturi y por qué no, el
propio Astor Piazzolla. En esa primera línea de músicos, Di Sarli se incluye
por méritos propios. Sus lentes ahumados y su piano constituyeron una imagen
clásica que contó con adherentes tan leales como exigentes.
Eran
los años en que el tango se bailaba en el centro y en los barrios, en los
distinguidos salones y en los modestos clubes. Cada cabaret tenía su músico
preferido; cada músico contaba con su propia hinchada. En esa competencia por
la popularidad, Di Sarli fue uno de los más aclamados. La imagen suya, sentado
frente al piano con sus lentes ahumados y su leve sonrisa se transformó en un
clásico.
Oscar
del Priore define muy bien su estilo: “Con el melodismo de Fresedo pero con un
basamento rítmico propio apoyado fundamentalmente en su piano conductor, Carlos
Di Sarli presenta en el ‘40 su renovado conjunto, equilibrio exacto de las
distintas épocas porteñas, excepcional intérprete de los viejos temas
instrumentales, favorito de los bailarines y, además, ubicado en repertorio
cantado”.
Había
nacido en Bahía Blanca en 1903, la ciudad de Ezequiel Martínez Estrada y
Eduardo Mallea, una ciudad que hoy lo recuerda y lo honra con nombres de
calles, edificios públicos y museos. La música fue una de las pasiones de su
padre italiano. Sus hermanos Domingo, Nicolás y Roque fueron músicos. Su madre,
Serafina Russomano, era hermana de un conocido tenor oriental. Digamos que la
música lo acompañó desde la cuna y el piano desde su primera infancia.
Se
sabe que toda profesión auténtica es hija de una obstinada vocación. Di Sarli
fue esa vocación, ese esfuerzo y ese rigor. Desde el adolescente que tocaba en
improvisadas orquestas en los bares de Bahía Blanca al maduro profesional que
grabó para Phillips y Roca Víctor y convocó audiencias en radio El Mundo, hay
una trayectoria en ascenso jalonada por diversos experimentos.
El
director de orquesta que asombró por su talento en la década del cuarenta, hace
sus primeros “pininos” profesionales en la orquesta de ese gran bandoneonista
que fue Anselmo Aieta. Antes de constituir su primera agrupación trabajó con el
violinista Juan Pedro Castillo y con el trío de Alejandro Scarpino, el autor de
“Canaro en París”. A Osvaldo Fresedo lo descubrió en esos años y en algún
momento integró la orquesta que luego se lució en el mítico cabaret Chantecler.
De aquellos años, circula la leyenda -nunca verificada- que en algún momento
fue pianista de Juan D’Arienzo. El músico que crece y pule su estilo se estaba
revelando también como compositor y arreglador. En esos años, Juan Pacho Maglio
graba uno de sus primeros tangos, “Meditación” y es para esa época que escribe
“Milonguero viejo”.
Amigo
de Discépolo, lo ayudó a componer la música de sus letras. “Soy un arlequín” lo
estrena Tania en el Follies Vergere y el invitado de gala es Di Sarli en
homenaje y agradecimiento por el asesoramiento brindado a su amigo.
Para 1928,
fue contratado por la "Víctor". Su primer disco publicado fue el
tango "T.B.C” de Edgardo Donato y "La Guitarrita" de Eduardo
Arolas.
En 1929, Di
Sarli y su sexteto actuaron en el cabaret "Follies Bergere". En ese
prestigioso local, se estrenó el tango de Discépolo "Soy un arlequín"
cantado por Tania, acompañada por el sexteto. De esa época proviene la gran
amistad entre Tania, Discépolo y Di Sarli, quien asesoraba musicalmente al
poeta y acostumbraba a pasarle la música al pentagrama. Fue así que, en 1930,
escribieron “Yira yira”.
En 1929,
también trabajaría su conjunto en el balneario "El indio" de Vicente
López, muy en boga en aquellos años.
Hacia 1930,
también acompañó a la cancionista Mercedes Carné para la casa Brunswick, aunque
su nombre no figuraba en la etiqueta de los discos, por los compromisos
contractuales asumidos con la empresa Víctor.
Entre
1927 y 1928, constituye su primer sexteto. En los bandoneones, estaban César
Gizo y Tito Landó; en los violines, José Pécora y David Abramsky, mientras que
Adolfo Kraus se desempeña en el contrabajo. Los cantores son, entre otros,
Ernesto Famá y Fernando Diez, En 1932 se incorpora Antonio Rodríguez Lesende,
el célebre “Gallego”, para más de un tanguero el mejor cantor de tangos después
de Gardel, el único cantor que fue capaz de decirle que no a Aníbal Troilo y la
obsesión de todo coleccionista porque ha grabado muy pocos tangos y
conseguirlos es una verdadera proeza.
Después
de unos años de voluntario ostracismo o, según se mire, de severo aprendizaje,
porque en esos años se relacionó con Juan Carlos Cobian y Ciriaco Ortiz, además
de un fugaz pasaje por la orquesta de Juan Canaro, Di Sarli constituye su
clásica orquesta en 1939, año en el que también se inicia en Radio El Mundo, la
radio con mayor audiencia tanguera de su tiempo. En esta orquesta estaban en el
bandoneón Roberto Gyanitelli, Domingo Sánchez y Roberto Mititieri; la línea de
violines tenía a Roberto Guisado, Ángel Goicoechea y Adolfo Pérez y en el
contrabajo se desempeña Capurro. Sus cantores fueron un sello distintivo de la
orquesta. Los más destacados serán Roberto Rufino (se inició con Di Sarli con
16 años) y Jorge Durán, con dos temas que serán los grandes éxitos de sus
repertorios: “Tristeza marina”, por Rufino y “Whisky”, por Durán. A estos
nombres, hay que agregarles en un mismo nivel de calidad cantores a Alberto
Podestá, Carlos Acuña y Oscar Serpa.
Entre
1939 y 1949, la orquesta graba 156 versiones y en esos temas, en la calidad de
su interpretación, en la selección de las letras, puede escribirse un fragmento
decisivo de la historia del tango. Ya para esa época se lo conoce como “el
señor del tango” una designación que honra su señorío.
En
1958, Di Sarli constituye su última orquesta. La línea de violines es de lujo:
Elvino Bardaro, Roberto Guisado y Juan Schiaffino. Lo mismo puede decirse de
los bandoneones: Libertella, Plaza y Marcucci. Di Sarli murió en 1960, en la
plenitud de su capacidad creativa. Como todos los grandes, sus contemporáneos y
quienes se consideraron sus discípulos lo honraron con creaciones memorables.
Aníbal Troilo compuso en su homenaje “Sinfonía para un recuerdo”, y Osvaldo
Tarantino Adiós.
Carlos
Di Sarli murió en su casa de Olivos calle Guillermo Rawson 2900 esquina Mariano
Pelliza, provincia de Buenos Aires, el 12 de enero de 1960, a la edad de 57
años, su cuerpo descansa en el Cementerio de la Chacarita. En varias ocasiones,
Aníbal Troilo definió a la orquesta de Di Sarli como la mejor en la historia
del tango argentino, una definición a tener en cuenta.
JUAN JOSÉ DE SOIZA REILLY
Vecino
de Vicente López, destacado escritor y cronista de su tiempo. Célebre
periodista, con prestigio ganado a través de sus reportajes en “Caras y Caretas”
y sus audiciones radiales, que finalizaba diciendo “Se acabó mi cuarto de
hora”.
Vivió
en un espléndido chalet estilo inglés, que se levantaba en el solar situado en
la avenida San Martín al 3600, con frente a la acera sur (entre la calle Deán
G. Funes y la Avda. Mitre), Florida Oeste; que fuera demolido para dar paso a
un edificio comercial, en el que funcionaran supermercados.
Nació
en Concordia (Entre Ríos) en 1879, siendo hijo de Juan José de Soiza Micon y de
Catalina Reilly Welsh. Su nacimiento fue registrado sesenta y tres días más
tarde en Paysandú (República Oriental del Uruguay), donde realizara su
educación primaria (motivo por el que en ocasiones se lo menciona como
uruguayo-argentino).
A
los doce años se radicó en Buenos Aires, ciudad donde vivió más tarde los
tiempos románticos de la bohemia periodística y literaria.
Se
preocupó por estudiar y, a los 25 años, se recibió de maestro normal en el
Colegio Normal de Concepción del Uruguay.
Fue
profesor de Historia en la Escuela Superior Comercial de Mujeres "Dr.
Antonio Bermejo" y en otros establecimientos de educación. También
consejero en Universidades Populares. Actuó como secretario de la Convención
Constituyente de la provincia de Santa Fe (1921) y a partir de ese año, Director
de la Biblioteca de la Facultad de Derecho de Santa Fe.Pero
siempre quiso escribir.
El
bullicio de las redacciones y las tertulias del bar El Sibarita, de Maipú,
entre Bartolomé Mitre y Cangallo, de Buenos Aires, ejercían sobre él la fuerza
atractiva del imán.Fue
allí donde hizo amistad con Héctor Pedro Blomberg, Luis Pardo, Enrique Méndez
Calzada, Eustaquio Pellicer y los dibujantes José María Cao Luaces, Alejandro
Sirio y Juan Hohmann, entre otros.
Recordaba
de su comprovinciano José Seferino Álvarez Escalada el popular Fray Mocho, al
que siempre consideró su maestro, que fue quien “me sacó de la prensa chica de
los barrios pobres y me llevó del brazo a las luces del centro”. El autor de
"Un viaje al país de los matreros" lo incorporó en 1903 a la redacción
de ‘Caras y Caretas’, revista “festiva, literaria, artística y de actualidades”
que leían todos, sin distinción de niveles sociales.
Sus
colaboraciones en prosa comienzan a aparecer en “Caras y Caretas” en el
ejemplar del 21 de noviembre de 1903, edición nro. 268: “Carnaval”. Sería el
principio de su relación con la revista argentina de mayor prestigio de la
época.
A
mediados de 1907 fue comisionado por “Caras y Caretas” para realizar una gira
periodística en Europa, acompañado por el repórter gráfico (fotógrafo, en la
terminología de entonces) don José de Arce; a fin de dar cobertura a todo lo
que estuviera ocurriendo en el Viejo Continente que resultare de interés para
América, tanto desde el punto de vista literario, científico, comercial y
noticioso, sino también en lo político, social y pintoresco. Dando un sitio
preferente a las colonias de residentes argentinos, uruguayos, chilenos,
bolivianos y latinoamericanos en general. Para esto, de Soiza Reilly y de Arce
embarcaron el 12 de abril de 1907 en el vapor “Thames”, de la Mala Real inglesa
(Royal Mail Line). Las primeras notas las realizaron en España.
Tuvo
motivos para anécdotas reales, como la que surgiera con motivo de un reportaje
al entonces rey de España, Alfonso XIII, una de las figuras más interesantes de
los Borbones, célebre por su afición a las mujeres y al erotismo. Le hablaba
Soiza Reilly de Sáenz Peña y de su lema “América para la humanidad”, cuando
Alfonso XIII lo interrumpió para preguntarle: “¿Y qué tal, chico, cómo andáis
de mujeres por vuestro país? ¡He conocido algunas como para chuparse los
dedos!”.
En
París trabó amistad con Rubén Darío, Enrique Gómez Carrillo, Julio Piquet, Juan
Pablo Echagüe (que escribía con el seudónimo de “Jean-Paul”) y otros personajes
de la bohemia latinoamericana afincados en la Ciudad Luz.
Con
la popularidad de la radio, Soiza Reilly se convirtió en el más popular
periodista. Comenzó en Radio Stentor; después pasó a Belgrano y a otras
emisoras.
Precursor
del periodismo radial, mantuvo su programa de charlas durante 30 años. Hablaba
con vehemencia, tanto como cuando escribía.
Las
fotografías de la época lo muestran como un hombre corpulento, con anteojos
redondos y oscuros, bigote y moñito. Así apareció no solo en “Caras y Caretas”,
donde cumpliera una prolífica etapa en la prensa, como en otras revistas como
‘Antena’ y ‘Sintonía’, orientadas al mundo de la radio.
En
sus últimos años adhirió al peronismo y el entonces gobernador Domingo Mercante
lo designó director de Bibliotecas Populares de la provincia de Buenos Aires.
Algunos le retiraron su simpatía, pero muchos siguieron fieles al viejo
periodista. Después de 1955, silenciada su voz dejó de oírse en las
transmisiones de radios. Con el tiempo, volvió a los micrófonos hasta los
últimos días de su vida.
Casado
con Emma Martínez Lobato, tuvieron dos descendientes: Rubén y Emma.
Fue
distinguido como “Caballero de la Corona de Italia”.
Se
le otorgó la Medalla de oro en la Exposición de San Francisco de California,
por su libro ‘El alma de los perros’.
Falleció
en Buenos Aires el 19 de marzo de 1959, faltando dos meses para que cumpliera
79 años. Hasta entonces, siguió exclamando al final de sus microprogramas las
dos expresiones que lo habían hecho célebre: “¡Arriba los corazones!” y “¡Pasó
mi cuarto de hora!”.
Juan
José de Soiza Reilly fue un prolífico autor. Se le considera como un claro
precursor de Roberto Arlt. No es difícil encontrar en su obra literaria un
escritor político que denuncia.
Escribió,
entre otras:
-El
alma de los perros (relatos)
-Los
anarquistas (testimonios)
-En
el reino de las cosas (novela)
-Cien
hombres célebres (retratos y entrevistas)
-La
ciudad de los locos (novela)
-La
muerte blanca (novela)
-Las
timberas (novela)
-Mujeres
de América (novela)
-Pecadoras
(novela)
-Criminales
(novela)
-La
escuela de los pillos (novela)
‘El
alma de los perros’ fue publicado en 1909 en Valencia y prologado por Manuel
Ugarte (es decir fue editado en España por los modernistas), fue reeditado en
Buenos Aires en 1917 por los socialistas de Nosotros: volvió a ser editado en
la etapa peronista (1950), alcanzando las veinticuatro ediciones entre 1909 y
1950, siendo traducido a varias lenguas extranjeras.Sin
embargo, no es fácil encontrar sus libros. No es fácil hallarlos en las
librerías argentinas ni hay muchos ejemplares en las bibliotecas públicas. Todo
lo que se consigue son ejemplares de las décadas del ‘20 y del ‘30,
prácticamente de colección. Las últimas reediciones son las de los años ’50 (también
tesoros de los libreros especializados).
ALBERTO JOSE TRABUCCO
Alberto
José Trabuco nació en Buenos Aires el 24 de Marzo de 1899. Si bien su madre lo
introdujo desde muy joven en el mundo artístico, su formación es la de un
autodidacta. Su producción se caracteriza por la búsqueda de una espiritualidad
delicada, a través de un simbolismo que trasciende el objeto representado para
exaltar su misterio. Entre sus temáticas habituales se encuentran las figuras,
las cabezas de niños y las flores, tratadas en general a partir de diversas
capas de pigmentos, pulidas y alisadas a la manera del esmalte.
Autodidacta,
pintó con tesón, pero guardó sus frutos para sí.
A
lo largo de su vida no accedió a la tentación de exhibir sus obras.
Tan
sólo el Salón Nacional fue el singular y único destino de sus envíos anuales,
que comenzaron en 1927.
Una
larga serie de galardones, un verdadero cursus honoris, fueron jalonando esta
presencia de Trabucco en el Salón Nacional.
Premios
Estímulo en los años 1930 y 1931. Premio Cecilia Grierson en 1934.
Nuevamente un Premio Estímulo en 1935. El Segundo Premio de la Comisión Nacional de Cultura en 1943. Y finalmente la doble consagración del Gran Premio de Honor en 1965 y del Gran Premio del Salón del Sesquicentenario de la Independencia en 1966. Mientras tanto hubo dos invitaciones a participar en el Premio Palanza (1949 y 1961) y la integración en los envíos argentinos a las Bienales de Barcelona (1955) y de San Pablo (1957).
Nuevamente un Premio Estímulo en 1935. El Segundo Premio de la Comisión Nacional de Cultura en 1943. Y finalmente la doble consagración del Gran Premio de Honor en 1965 y del Gran Premio del Salón del Sesquicentenario de la Independencia en 1966. Mientras tanto hubo dos invitaciones a participar en el Premio Palanza (1949 y 1961) y la integración en los envíos argentinos a las Bienales de Barcelona (1955) y de San Pablo (1957).
La
obra de Trabucco, generalmente definida a través de la figura, se caracteriza
por una refinada factura, producto de una minuciosa elaboración.
Un
tratamiento a base de diversas capas de pigmento, muchas veces raspado y pulido
a la manera del esmalte, confiere a sus trabajos una inusual calidad.
El
esquivo Trabucco había emergido junto con la llamada Generación de 1921, una
camada de artistas entregados a asimilar tibiamente las novedades del
postimpresionismo francés.
Luego,
en los decisivos años 30, Trabucco aparecía como un pregonero de la modernidad
junto con Emilio Petorrutti, Spilimbergo, Berni, Gutero, Daneri, Butler,
compartiendo a menudo muestras colectivas que marcaron rumbos polémicos e
innovadores en nuestro arte.
Sus
cuadros comenzaron a ganar premios importantes, como el Cecilia Grierson, en
1934.
Pero
el artista seguía siendo un ser sin existencia física.
Un
espíritu. También fue José León Pagano, en su monumental tratado, El arte de
los argentinos, publicado en 1940, el primero en vislumbrar la originalidad de
la obra pictórica de Trabucco; una obra que, como la de los poetas simbolistas,
buscaba no la cosa, sino su misterio.
Y
cuatro años más tarde, Julio Payro - decano de la crítica argentina - lo
incluyó en un libro titulado 22 pintores argentinos. Obviamente, los más
importantes de ese momento.
Pero
él seguía sin aparecer. Genio sin figura Nunca, hasta su muerte (medio siglo
más tarde) realizaría una muestra particular y el único contacto posible con su
obra era cuando asistía a los salones nacionales.
Desde
su retiro, el solitario artista fue invitado a las bienales de San Pablo y
Barcelona y en 1965 accedió al Gran Premio de Honor del Salón Nacional de
Bellas Artes. Pero ni siquiera entonces fue a recibir el galardón consagratorio
del arte nacional. Tampoco, un año más tarde, cuando mereció el Gran Premio de
Honor del Salón del Sesquicentenario de la Independencia Argentina...
¿Dónde
estaba el secreto de tanto ostracismo? Alrededor de la figura paterna de un
próspero comerciante que había amasado fortuna importando codiciados
terciopelos genoveses, los Trabucco llegaron a poseer numerosas propiedades en
la Capital y una fastuosa quinta, con caballerizas, en el Partido de Vicente
López.
Alberto
José estaba destinado a prolongar la empresa familiar, pero de la mano de su
madre, ingresó muy joven al mundo del arte. Muertos sus padres y, prematuramente,
sus hermanos, se enclaustró en el sótano de la quinta donde armó su taller y
permaneció hasta el fin de sus días.
Allí
vivió rodeado de imágenes evanescentes y recuerdos glamorosos que fueron
puliendo su estilo y también prefigurando sus temas: bodegones de cuidada
composición, figuras femeninas, cabezas de niños, naturalezas muertas, el
rincón de un cuarto, flores, alguno que otro desnudo. Todo, en ellos, es
vaporoso, de tonalidades nacaradas y tenues armonías en donde el blanco es la
tonalidad mayor. Una misma poética integra el sujeto de sus cuadros con la
substancia puramente pictórica: y todo florece como reverberos de otro tiempo.
De un tiempo ausente, como la propia biografía del artista y el misterio de su
vida.
Alberto
Trabucco falleció el 14 de Septiembre de 1990 a los 91 años, y donó todos sus
bienes a la Academia Nacional de Bellas Artes para que con ellos se creara una
fundación en favor del Arte Argentino. El Premio Trabucco, que se otorga
anualmente, ha sucedido a partir de 1993 al tradicional premio Palanza y ya
goza de análogo prestigio. La única exposición retrospectiva de su obra la
realizo Galería ARROYO en 1991.
El
Premio Trabucco, que se otorga anualmente, ha sucedido a partir de 1993 al
tradicional premio Palanza y ya goza de análogo prestigio.
La
única exposición retrospectiva de su obra la realizo Galería ARROYO en 1991.
Entre las sabrosas anécdotas del arte nacional hay una, definitoria, que tiene
que ver tangencialmente con el pintor Alberto José Trabucco.
Un
día, en rueda de artistas, el crítico e historiador de arte José León Pagano
preguntó si alguien conocía a ese artista del que todos hablaban pero que nadie
había visto:
-No
hubo respuesta.
-Me
lo suponía, comentó Pagano.
-Trabucco
es un espíritu.
Relatada
una y otra vez por el propio Pagano, la anécdota terminó convertida en una
ineludible referencia bio-bibliográfica.
Mireya Baglietto
Mireya
Baglietto nació en Olivos Buenos Aires el 25 de septiembre de 1936, Hija de
María Esther Norton que fue maestra en la escuela Nº1 y activo miembro de
ACCERVIL y José Francisco Baglietto, que instaló la segunda farmacia de la zona
y se radicara en Vicente López en el año 1920, vivió su infancia y adolescencia
en Olivos.
Dio
sus primeros pasos en el arte en la escuela Paula Albarracín.
Cursó
sus estudios secundarios en el Colegio Comercial de San Isidro y en el
Instituto Martín y Omar. En 1958 se casó con Horacio Félix Florit con quien
tuvo cinco hijos; Luciano, Dionisia, Bernardo, Juan Cruz y Jimena.
En
1954, cuando era adolescente asistió al taller de cerámica de Ana Mercedes
Burnichon. Seguidamente fue invitada a formar parte del grupo “Artesanos”, un
grupo pionero que reunía a jóvenes ceramistas de vanguardia de la Argentina con
el que realizó numerosas exposiciones en calles, plazas y centro de cultura del
país.
En
1963 recibió la beca del Institute of International Education, Fundación Ford y
ese mismo año asumió la dirección del Taller de Arte Cerámico del Instituto de
Cultura Superior, donde permaneció hasta 1968, año en que funda su propio
espacio de enseñanza en el barrio porteño de Montserrat. Allí trabajó el
proceso creativo, la práctica cerámica y la investigación de esmaltes. En 1973
comenzó a hacer escultura, dibujar y pintar y poco tiempo después se trasladó a
una vieja casona del barrio de Colegiales para dedicarse, casi con
exclusividad, a su obra. Durante ese largo período estudió con Héctor Cartier,
Osvaldo López Chuhurra, Norberto Onofrio y Néstor Cruz.
En
1980 a causa de una profunda crisis existencial dejó de lado la creación de
objetos elaborados a través de la materia y se dedicó a la exploración directa,
sensorial y espiritual con el espacio total, la unidad que todo lo contiene.
Saltó así de la lógica de la transformación de los cuatro elementos propios de
la cerámica, a la lógica de la ingravidez y la inmaterialidad, un camino sin
referencias que ahonda en las capacidades humanas a través de un cambio radical
de la mirada. A nivel conceptual se planteó dejar de lado los márgenes temporo
espaciales provenientes de la física de Newton y el pensamiento de Descartes,
apartándose de la concepción dualista que hace a la separatividad para promover
la interacción holística. Se lanzó a la búsqueda de vínculos carentes de cauces
prefijados y de coordenadas predeterminadas, abandonando el mundo de las formas,
los símbolos y los mitos. Creó así el Arte Núbico, un camino de síntesis que se
explora a través del cuerpo para gestar una particular ética y estética de lo
inconcluso y transformador. Consideró la percepción del espacio como unidad,
como experiencia altamente propicia para habilitar y/o enriquecer nuevos
sistemas de ver, sentir y pensar el mundo. En 1981 realizó su primera Nube, un
espacio plástico y polisensorial que dio inicio a otras obras y acciones
creativas. En 1982 montó su segundo espacio núbico en la ciudad de Tucumán y en
1983 representó a la Argentina en la XVII Bienal Internacional de San Pablo,
con su obra "La Nube III, espacio plástico polisensorial” que marcó un
suceso de público pocas veces logrado anteriormente. En años sucesivos realizó
tres eventos de envergadura en la sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta y
diversos espacios de Argentina y España. Expresó:
“Lo
más importante de mi vida creativa es haber encontrado el mundo de lo no
manifiesto e intangible y los recursos para que otras personas los puedan
percibir al ritmo de sus propias capacidades de sentir y pensar. La obra fue
creada, los resultados comprobados a través de cientos de miles de personas;
ahora deberán ser los científicos, quienes tomen la iniciativa de investigar y
convalidar los procesos neurológicos y su relación con los territorios del
espíritu que ésta produce.”
En
1998 participó en la creación de la obra "Identidad" para Abuelas de
Plaza de Mayo, junto con otros 12 artistas plásticos de reconocida trayectoria
y compromiso con los derechos humanos, entre ellos: Nora Aslan, Diana Dowek,
León Ferrari, Rosana Fuertes, Luis Felipe Noé, Daniel Ontiveros, Juan Carlos
Romero y Marcia Schvartz. La obra fue montada en la Sala Cronopios del Centro
Cultural Recoleta y continuó en gira hasta 2005 por Museos de Bahía Blanca y
Mar del Plata, Provincia de Buenos Aires; Galería Fundación 3,14, Bergen,
Noruega; Museo Nacional de Lubliana, Lituania; Haus am Kleistpark, Berlín,
Alemania; North Dakota Museum of Modern Art, Estados Unidos. En 2005 recibió el
Gran Premio de Honor Presidente de la Nación en el 94º Salón Nacional de Artes
Visuales, disciplina Cerámica por su obra “Planeta Alterno"
En
2013 realizó Miradas Núbicas, una muestra antológica que reunió 33 años de
trabajo montada en el Palais de Glace. En ese mismo año sintetizó sus
inquietudes a través del lema:
“Ampliar
la mirada, sentir qué se siente, trasponer culturas, volver al origen, ser el
universo, repensar el mundo.”
Como
figura pública ha apoyado y participado de diferentes grupos de espiritualidad,
ecología y ambiente. Siempre desde una posición no dogmática, en las décadas
del 80 y 90 organizó infinidad de encuentros, ceremonias y meditaciones en
diversos espacios y plazas de Buenos Aires y en su propio estudio. Desde el
tema recurrente “El espacio que nos une” realizó meditaciones de apertura en
diversos actos interreligiosos, entre los que cabe destacar el celebrado en
1992 en honor a su SS el Dalai Lama en la Catedral de Buenos Aires y el
realizado en 1995 dentro del espacio cúbico ARCOIRIS, en conmemoración del 50
aniversario de Naciones Unidas, donde solo se cantaron canciones por la paz del
mundo.
En
1989 durante la puesta de su obra "La Trama Humana" creó el proyecto
HAGAPAZ que concretó en 1990 junto a la Fundación Libre y que se llevó a cabo
en la Plaza de las Naciones Unidas de la Ciudad de Buenos Aires. El acto
consistió en reunir y mezclar tierras de todas las provincias argentinas, para
ser entregadas luego a cada una de ellas. Estas ceremonias fueron y siguen
siendo reiteradas en diversas oportunidades.
En
2009 realizó una instalación ambiental y coordinó una meditación de apertura en
el VI Congreso Iberoamericano de Educación Ambiental organizado por la
Secretaría de Ambiente de la Nación en San Clemente del Tuyú. El tema fue
“Nosotros La Tierra”.
Durante
su etapa de ceramista (1958-1978) creó el Taller para Estudios Cerámicos que
lleva su nombre, donde se formaron numerosos ceramistas argentinos. A partir de
1985, cuando el Arte Núbico quedó establecido como una tendencia, desarrolló
una vasta tarea de docencia tanto en su propio estudio como en diversos centros
y universidades argentinas, trabajando sobre el despertar de la sensibilidad
creativa en relación con la materia y el espacio atemporal. Fue Profesora
Invitada de la Universidad Nacional de Cuyo (1992-1993), de la Universidad
Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (1994) y de la Universidad
de Belgrano donde realizó 27 talleres de Arte Núbico en casi todas las
Facultades de dicho establecimiento. Fue creadora y titular de los seminarios
de posgrado "Espacio Abierto" y “Núbika, un nuevo paradigma del arte”
en el Instituto Universitario Nacional del Arte (IUNA) (2004-2007). En la
actualidad continúa con la labor docente realizando talleres y seminarios de
Arte Núbico en diferentes instituciones, así como también en numerosos
organismos educacionales de nivel inicial.
Jamás
volvería la princesa a deleitar su espíritu cruzando con una sombrilla el
"Gran Puente de los Dragones Chinos" de granito rosa, al igual que
sus grandes jarrones también de granito de donde surgían a modo de graciosa y
artística baranda ramas colgantes de coral rojo bajo la custodia de pintorescas
figuras pintadas iluminando el entorno con las clásicas linternas... qué lejos
quedaría el incomparable, inabarcable e indescriptible palacio de Tsárskoye
Seló...
Todo
ello, parques, cúpulas, espléndidos jardines, colosales salones dorados,
magníficos y extravagantes pabellones... una vida confortable, segura y
familiar... todo aquello, todo ese mundo se estaba derrumbando a pedazos y
lamentablemente para la princesa, no se trataba de un episodio aislado, el que
pronto apenas sería recordado como una lamentable y triste pesadilla... la
despiadada y feroz Primera Guerra Mundial sembró dolor y aflicción que
ensombrecieron aquellos luminosos días... y las miradas, más allá de las
doradas verjas del palacio, se volvieron cada vez más hostiles... las actitudes
cada vez más violentas... "Barbe" tuvo temor e incertidumbre sobre su
futuro.
¡Como
tantas otras damas, “¡Barbe” había conocido la crueldad y horror de la guerra
de muy cerca, en su rol de enfermera... cuán lejos habían quedado las canchas
de tennis, los verdes parques y aquellos joviales paseos en trineos!
Su
joven amiga, Isolina María Moreno princesa Trubetskoy, le recomendó entonces,
ante la profunda turbación de su amiga, emigrar hacia una tierra amigable,
pacífica y próspera de la que era oriunda, llamada Argentina, donde podría
instalarse segura, viviendo una existencia sosegada y plácida. Y de esta
manera, llegó a estas extrañas y lejanas tierras, la princesa "Barbe",
aquella que había conocido en la intimidad a la desdichada emperatriz
Alexandra, al tímido Nicolás, a las encantadoras duquesas y al delicado
zarevitz y que seguramente los lloró al enterarse de la masacre donde perdieron
la vida.
"Barbe"
conservaba pocos recuerdos de aquel trágico y brutal naufragio y se dedicó
entonces a bordar en su nuevo hogar, su "casita" de Vicente López,
donde había llegado en 1923. La princesa subsistía gracias a sus domésticas
labores que vendía en la "Providencia Femenina" entidad benéfica
fundada en 1919 por Paulina Frers de Pellegrini, donde en su sede de Santa Fe
1234 "al que acude diariamente gran cantidad de compradores, hallan sitio
todos los productos de la labor casera, cuya aceptación no está supeditada a
más exigencias que las que impone el buen gusto y la elegancia, humilde o
fastuosa, que ha de ser luego factor principal para recomendar las obras allí
en venta" como la describía Caras y Caretas en julio de 1920.
En
la entrevista que concedió a Caras y Caretas en mayo de 1927 diría "Soy un
poco argentina. Mi casa es hoy mi patria... No tengo otros apegos en el
mundo... Soy sola, y vivo de recuerdos..."
Hoy,
a casi 95 años de distancia de aquel mayo de 1927, hacemos un alto en este
viejo recuerdo y, levantando la vista, nuestra imaginación vuela y retrocede en
el tiempo hacia esa casita con jardín de Vicente López, fantaseando con
permanecer un rato en la intimidad con la princesa en el exilio, desgranando
sus recuerdos mientras fija la vista en sus bordados que le permitirán comer
esa noche... ¿Cómo era la vida en el soberbio Hermitage? ¿Cómo eran Nicolás y
Alejandra? ¿Y las princesas? ¿Conoció al misterioso Rasputín? ¿Cómo se vivieron
los dramáticos y trágicos momentos de la Revolución? ¿Cómo fueron las
vicisitudes al enfrentar el duro y difícil exilio...? respuestas que nunca
hallaremos, pues, como tantos otros sueños, la princesa se ha desvanecido en
las brumas del tiempo definitivamente, con sus secretos, dolores, recuerdos y
alegrías...
Retrato
de la Princesa Bárbara de Kozielsk Puzyna en el año 1927
Princesa Bárbara de Kozielsk Puzyna
"De
las convulsiones de todo orden que han agitado al mundo han surgido figuras
admirables. Esas convulsiones, que causaron estragos en todos los pueblos del
universo, trajeron hasta nuestra querida patria muchos seres ávidos de
serenidad y de paz, y aquí, trasplantados de todo lo que constituía su cuna
misma de origen, ideas, lenguaje y clima, agonizaron unos y echaron fuertes
raíces otros, creciendo serenamente bajo la acogedora bondad de nuestra
hospitalaria nación.
Cuando
supe que la princesa Bárbara de Kozielsk Puzyna, descendiente del principe
Jorge, fundador de la dinastía, hijo a su vez de Vladimir el Grande, se hallaba
en Buenos Aires, no vacilé en solicitar de su gentileza que me permitiera
hablar de ella para ejemplo de tantas mujeres que vacilan todavía antes de
decidirse a luchar.
Una
mañana radiante de sol fui a verla en su diminuta casita de Vicente López,
donde se ha refugiado y donde ha reunido en artística y sencilla forma los
objetos que pudo salvar de la horrible tragedia de su patria.
Y asi,
en el acogedor living room, olvidé que pasaban las horas, mientras con voz de
tonos sonoros y vibrantes evocó la interesante dama las más contradictorias
fases de su agitada existencia. Primero, la fastuosidad de la corte de los
zares, donde actuó por derecho propio, pues corre por sus venas sangre noble;
luego, la sombría época de la guerra, a la que pagó su tributo haciendo integra
la campaña, alistada en la 43º ambulancia de la primera división siberiana de
la Cruz Roja. Donde le tocó prestar sus abnegados servicios en plena línea de
batalla; más tarde, durante año y medio, en un buque hospital en el mar Negro,
actuación en la que conquistó las honrosas condecoraciones que ilustran estas
páginas; luego, la horrible visión de la tragedia roja, de la que tan pocos
pudieron escapar con vida.
En
seguida, más serenamente, habló la princesa Puzyna de sus trabajos en la
comisión de reparación en Viena, y luego, cuando hubieron de limitarse los
puestos en esa comisión, la incertidumbre que se apoderó de la aristocrática
dama, que veía levantarse ante ella una situación más angustiosa, si cabe, que
todas las anteriormente pasadas...
Me
habla entonces del acertado consejo que le diera su bella y buena amiga la
princesa Isolina de Troubetzkoy, de venir a la Argentina. Y aquí se encuentra
ahora la princesa rusa desde hace cerca de cuatro años, luchando activa,
inteligente y enérgicamente por la vida. Y mientras habla, sus dedos ágiles, en
cuyo anular luce una sortija con escudo real, van formando extraños dibujos
rusos, de vivos colores, sobre una tela azul.
"Cuando
llegué - me dice no sabía bordar. Aquí aprendí a hacerlo, y mis bordados rusos
se convirtieron, en pocos años, en la tierra en que está levantada esta casita;
mi casita, recalca sonriendo con sus ojos claros, ayudada y alentada por esa
institución generosa que ustedes tienen aquí, que se llama Providencia
Femenina, empecé a vender con buena fortuna mis bordados, y hoy a veces no me
alcanza el tiempo para realizar los encargos que se me hacen.
Ahora,
termina diciendo la princesa, soy un poco argentina. Mi casa es hoy mi
patria... No tengo otros apegos en el mundo... Soy sola, y vivo de
recuerdos..."
Isolina
María Moreno (1879-1931) había contraído matrimonio con el príncipe Nikolai
Trubetskoy (1857-1931) el 18 de enero de 1899. Fue quien, en el dramático y
sangriento derrumbe del imperio zarista, aconsejó a su amiga, trasladarse a una
tierra segura, pacífica y próspera de la que era oriunda, llamada Argentina.
La
revista Caras y Caretas del 12 de mayo de 1923 refiere al enlace de la
«princesita Sonia Troubetzkoy Moreno» con el conde Alejandro Kolowrat-Krakowky
(1886-1927), ancestral familia del imperio Austro-Húngaro. En realidad, se
trata de Sofía, hija de Isolina Moreno y el príncipe Nicolás quienes
contrajeron matrimonio en Roma, el 18 de enero de 1899. De esta unión nacieron
Sofía (1900-1938) quien el 30 de abril de 1923 contrajo en Viena, Austria,
matrimonio con Alexander conde Kolowrat-Krakowsky, y luego formalizó un nuevo
matrimonio, esta vez, con el conde Heinrich Kolowrat-Krakowsky, nacido en 1897.
Su matrimonio, según la crónica social, pareció ser de ensueño, donde no
faltaron lujosos vehículos, diademas y joyas; además de, claro está, los consabidos
castillos familiares.
El
hijo de Isolina y el príncipe Nicolás, se llamó Kirill (1902-1964) el cual
casaría el 5 de marzo de 1936 en París con Simone Spitzer (1913-1980).
En
ocasión del matrimonio de Kirill, la revista Caras y Caretas recordaba en abril
del '36 la pomposa y majestuosa ceremonia del matrimonio de Isolina, la
"bellísima Isolina Moreno, figura porteña consagrada ese día como una de
las grandes damas de la corte de Nicolás II... que llegaba al altar portando
una "Carta de felicitación autógrafa del zar Nicolás II, con el aderezo de
diamantes obsequiado por la imperial pareja para que tan magnífica parare
realzara la singular belleza de Isolina Moreno, hija del extinto ministro
argentino y decano del cuerpo diplomático en Roma, don Enrique B. Moreno y su
esposa doña Carolina Torres Cabrera, la venerable matrona hasta quien llegan
hoy en su residencia..."
No
era para menos, la gran familia de los Troubetzkoy podía enarbolar más nobleza
que los mismos Romanov, puesto que remontaban su estirpe a Oliogerdus
(1292-1377), duque de Lituania y su esposa, María Jaroslavna von Witebsk
fallecida en 1346. En tanto, los Romanov se habían establecido en Moscú
"recién" a partir del siglo XVII, accediendo al trono en 1613 con la
coronación de Miguel I, hijo del patriarca Filareto (primo de Fiódor I de
Rusia) rigiendo los destinos de Rusia hasta que la Revolución de Febrero de
1917 la que obligó al zar Nicolás II a abdicar.
Uno
de los aspectos más interesantes en este caso, es la cercanía al círculo íntimo
de la familia imperial que tuvo esta familia siendo testigos directos del gran
drama que deshacería violentamente y en pedazos el mundo que habían conocido
hasta entonces
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